LA CLASE OBRERA EN EL CAPITALISMO

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    Omar Carreón Abud

    Morelia, Mich., a 15 de junio de 2016.- Cuando se pelean las comadres, salen las verdades. Sabiduría popular que es muy aplicable a muchas de las denuncias y señalamientos que se le hacen al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y a las que él, a su vez, hace a sus enemigos de la gran prensa mundial; “atlantista”, le llaman algunas publicaciones en referencia a que le sirve a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), poderosa alianza militar liderada por Estados Unidos. Antes de entrar en materia, diré que la actitud de la prensa, esa llamada “atlantista” que, por su poder e influencia, parece que fuera toda la prensa y todos los medios de comunicación del mundo, en lo que respecta a Donald Trump y a su gobierno, así como la actitud de poderosos e influyentes políticos de Estados Unidos que, un día sí y otro también, la emprenden contra el arrogante empresario que ahora despacha en la Casa Blanca, se explica, porque Donald Trump representa a un grupo de imperialistas diferente a los grupos (o el grupo) que había venido gobernando Estados Unidos durante los últimos años. Ni más bueno ni más malo, no es tiempo de hacer evaluaciones, sólo diferente. Representa, pues, otros intereses imperiales y por eso tiene la cerrada oposición de políticos y funcionarios altamente colocados. Tiro por viaje, dos de los más importantes diarios de Estados Unidos, el Washington Post y el New York Times, como voceros oficiales u oficiosos de sus adversarios, publican notas, reportajes, fotografías y editoriales en contra de Donald Trump, sus colaboradores y su familia. Esta vez me referiré a un reportaje que publica The Guardian de Londres sobre la situación de los trabajadores en las empresas que fabrican ropa de la marca de Ivanka Trump, la hija del presidente, en Indonesia.

    Dice The Guardian, un importante diario inglés, que una fábrica que hace prendas de ropa para esa marca en Subang, Indonesia, al oeste de la isla de Java, tiene trabajadores que ganan tan poco que no les alcanza para vivir con sus hijos, los niños viven con su abuela a varias horas de viaje en motocicleta y sólo ven a sus padres un fin de semana al mes pues sólo una vez al mes sus padres pueden pagar la gasolina para el recorrido. En esta localidad, se añade, se pagan los salarios más bajos de Asia. Los padres trabajadores informan a los entrevistadores del diario que no pueden ni siquiera pensar en saldar sus deudas, son permanentes, pues apenas cubren el alimento para los niños, los libros para la escuela, el viaje de visita y otros gastos indispensables. En la empresa de referencia, trabajan 2 mil 759 obreros, de los cuales, sólo 200 están sindicalizados en dos uniones diferentes y las jornadas son extenuantes: de acuerdo con una tabla de rendimiento, los obreros tienen que producir (o coser) entre 58 y 92 prendas cada media hora, pero, el rendimiento promedio real es de entre 27 y 40 prendas por lo que, para cumplir la tarea, los obreros deben trabajar horas extras que sólo esporádicamente les son pagadas, en otras palabras, la jornada de trabajo se alarga a capricho del patrón; eso sí, es una gran ventaja que si las muchachas no solicitan un día de permiso por su período menstrual, reciben un bono de 10 dólares con 50 centavos al mes. Claro está que estos obreros y obreras ni en sueños podrán comprar y usar uno de los cientos de vestidos que manufacturan a diario. ¿Fake news? No creo. Conociendo como se las gasta el capital, me parece que es la verdad monda y lironda.

    Ya desde 2013, cuando se derrumbó el edificio Rana Plaza en Daca, la capital de Bangladesh, iba saliendo a flote la explotación brutal de los obreros en los países de bajos salarios (como México). La grandeza de los negocios, la productividad formidable del capital, los increíbles emprendedores y empresarios de éxito, tienen férreamente adherida una parte oculta sin la cual no podrían ni existir ni competir ni triunfar. El inmueble de ocho pisos albergaba un banco, algunas tiendas y varias fábricas textiles en las que laboraban miles de personas, un informe del parlamento británico, señaló que el edificio había sido construido para tiendas de venta al menudeo, pero que, con los miles de trabajadores, los numerosos generadores eléctricos y otros equipos y máquinas, el peso que debería soportar era excedido seis veces. Cuando se derrumbó el 24 de abril de 2013, mató a 1,133 personas y dejó gravemente heridas a 2,500 personas más, es una de las más grandes tragedias de un centro de trabajo industrial en toda la historia.

    Carlos Marx el gran revolucionario que investigó y descubrió el funcionamiento interno del capital, también utilizó los reportes de comisiones enviadas a las fábricas por el parlamento inglés y consignó en su obra inmortal algunas de sus denuncias: “En un taller de laminación en que la jornada nominal de trabajo comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las 5 y media de la tarde, había un muchacho que trabajaba cuatro noches cada semana hasta las 8 y media, por lo menos, del día siguiente… haciéndolo así durante seis meses”. “Otro, de edad de 9 años, trabajaba a veces tres turnos de 12 horas seguidas, y otro de 10 años dos días y dos noches sin interrupción.”. “Jorge Allinsworth, de nueve años: `Vine aquí el viernes pasado. Al día siguiente nos mandaron comenzar a las 3 de la mañana. Estuve aquí, por tanto, toda la noche. Vivo a 5 millas de aquí. Dormía sobre el suelo, tendido encima de un mandil de herrero y cubierto con una chaqueta´”. No son investigaciones personales de Marx ni conclusiones suyas, son citas textuales del informe de la Comisión para el empleo de niños de la Cámara de los Comunes.

    Pero –dirá alguien- eso es allá en Indonesia, en Bangladesh, al otro lado del mundo o, en todo caso, en la Inglaterra de mediados del siglo XIX, ahora estamos en México en el arranque del siglo XXI y todo eso, o es cosa muy lejana, o forma parte de la historia ¿Sí? ¿Seguro? La tristeza y el sufrimiento, además de existir en la propia casa del lector, si es un trabajador, un comerciante en la calle o un empleado, están más cerca de lo que usted se imagina. Veamos lo que publica esta semana el diario El Universal de la ciudad de México con motivo del Día Internacional contra el Trabajo Infantil que se celebró el pasado 12 de junio: “Aquí no hay para comer”. “Con estas palabras –dice el diario- los padres de Carlos lo motivaron a buscar empleo de lo que fuera para poder contribuir con el gasto familiar y alimentar a sus cinco hermanos menores… cuando tenía 13 años se separó de su familia y partió de San Miguel Lachixola, Oaxaca, de donde es originario con destino a la ciudad de México para trabajar. Hace un par de semanas cumplió 15 años”. “Carlos es uno de los 2 millones 460 mil menores de edad que trabajan en el país”.

    No es, pues, la fábrica que elabora las prendas de vestir con la marca de Ivanka Trump, no son las concentraciones infrahumanas de costureras en Bangladesh ni las condiciones brutales en las que se originó el capitalismo industrial en Inglaterra, es el capitalismo mismo que ha sentado sus reales en todo el mundo, es el régimen de la máxima ganancia que arrasa niños y adultos, hombres y mujeres y, aunque se niegue por parte del presidente de Estados Unidos y su equipo, está arrasando el planeta entero. ¿Hasta cuándo?